A la hora de poner nombres a nuestros archivos y carpetas, hay toda una serie de normas a seguir y que a menudo se obvian por desconocimiento.
En primer lugar, debemos tener presente que los nombres de los archivos constan de dos partes. La primera parte, antes del punto, es el nombre propiamente dicho. La siguiente, formada por tres letras, es la extensión, que informa sobre el programa con que se ha creado. Si la eliminamos podemos encontrarnos con problemas. Un archivo con extensión.doc se abre con Microsoft Word. Si le quitamos el .doc, el sistema ya no sabe con qué programa tiene que abrirlo.
El punto (.) sirve para separar el nombre de la extensión. Por lo tanto, no debe utilizarse dentro del nombre de los archivos. Del mismo modo, Windows (por ejemplo) no acepta otros símbolos como la barra invertida (), la barra (/), los dos puntos (:), el asterisco (*), el interrogante (?), las comillas («), menor (<), mayor (>) o la barra vertical (|).
También debemos tener presente que los sistemas operativos, en su origen, son anglófilos. Por lo tanto, conviene evitar los acentos, eñes, espacios y otros símbolos propios de nuestra lengua.
El hecho de usar mayúsculas o minúsculas es indiferente, porque tanto Windows como otros SOs no las reconoce como símbolos diferentes.
El límite de longitud de un nombre de archivo o carpeta es de 255 caracteres. Pero es recomendable reducirlo lo máximo posible, porque también debemos tener en cuenta que la ruta completa donde se almacena el archivo (incluyendo el nombre del mismo) sólo puede tener 259 caracteres máximo.
Es mejor poner nombres cortos y descriptivos. Si conviene, abreviándolos. Y cambiar los espacios por guiones bajos (_).
Tomar estos hábitos a la hora de poner nombres hará que nuestros archivos sean más accesibles: Más fáciles de copiar de un lugar a otro. De utilizarse en sistemas operativos diferentes. Y de recuperarlos de un disco duro estropeado en caso de una catástrofe.